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Colmillos de vampiro: la leyenda, la ciencia… y cómo tener unos caninos de película (sin morder a nadie)

De dónde sale la leyenda de los colmillos vampíricos

Hay noches —como la de Halloween— en las que la imaginación toma las calles y los colmillos asoman… No es casual que, cuando pensamos en criaturas de la oscuridad, pensemos en dientes:

Dos puntas blancas, discretas y feroces, prometiendo una mordida que tal vez nunca llegue

La imagen tiene historia. Nació en los susurros del folclore europeo —sobre todo en el Este, donde las aldeas crecían junto a cementerios y supersticiones—, tomó cuerpo en los salones literarios con El vampiro de John Polidori en 1819 y se hizo eterna cuando Bram Stoker publicó Drácula en 1897. El cine, primero mudo y expresionista con Nosferatu, fijó para siempre el gesto: labios entreabiertos, sombra en el pómulo y esos colmillos largos preparados para el cuello. Desde entonces, la palabra “vampiro” trae pegada la idea de una sonrisa afilada.

En las leyendas, los colmillos se afilan para beber sangre; en la vida real, se afilan para guiar la mordida y proteger a los demás dientes.

Nosotros los llamamos caninos y son, quizá, los dientes más extraños que tenemos. No por capricho de la naturaleza, sino por diseño. Si los miras con calma, verás en ellos una ladera suave que culmina en una cúspide pequeña, como la huella de una garra que decidió quedarse. Debajo, escondida en el hueso, una raíz profunda los ancla con una convicción que no comparten los demás. Están en el ángulo de la sonrisa, justo donde la boca cambia de acento: allí donde el incisivo deja paso a la molienda de los premolares. No suelen presumir… pero lo sostienen casi todo.

A veces, los caninos deciden salirse del guion. Aparecen más arriba, más afuera, con una prominencia que llama la atención en el espejo. Hay quien los lleva como una firma personal; otros sienten la tentación de “limarlos”…

Cuando una persona llega a la consulta con caninos especialmente alargados, la sala parece llenarse de un pequeño rumor. Nadie lo dice en voz alta —será porque en Hit Dental somos gente seria—, pero algo en el aire pregunta: ¿y si en algún punto remoto del árbol genealógico hubo un antepasado que prefería la noche?

Tranquilos: no expedimos certificados de linaje vampírico. La explicación suele ser más humilde: genética, espacio justo en la arcada, un canino incluido que se abrió camino tarde. Pero permitirse un guiño a la leyenda es parte del encanto de estas fechas.

La odontología hace su trabajo; la imaginación hace el suyo.

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